24
de Diciembre
Rosa
era una de esas mujeres que te obligan a volver la mirada si pasan a tu lado.
Su melena abundante de pelo negro ondulado, su figura de curvas contundentes y sus marcadas
facciones de mujer latina, le conferían a su aspecto el aire de las estrellas
de Hollywood de los años sesenta. En sus brillantes ojos negros se adivinaba,
además, una fuerza vital inusual y poderosa.
Pilar
era completamente distinta; rubia platino y menuda de carnes pero con una figura exquisita y admirablemente trabajada. El azul
de sus ojos y su conspicua sonrisa provocaban más de un suspiro en los varones
y envidias y suspicacias recurrentes en las mujeres.
Sentadas
a ambos lados de una mesa en la agencia de seguros en la que trabajaba Rosa, y aprovechando que no había clientes a los que atender, disfrutaban de sendos cafés “Nesspreso” recién hechos y hablaban de quedar una
tarde para ir de compras. En unos días serían las rebajas de Enero y habría que
echar un vistazo.
Oyeron
el primer impacto. La mesa tembló y el aromático “volutto” de Pilar se derramó
sobre una pila de expedientes de accidentes. Las rotondas en Melilla eran una
auténtica mina de oro para las aseguradoras.
Las
dos mujeres se incorporaron en sus sillas. Oyeron un segundo choque y en
seguida un tercero… un cuarto… ¿Qué demonios estaba pasando?
Se
levantaron y se dirigieron hacia la puerta. Durante los segundos que
trascurrieron en el camino, el estruendo se hizo aún mayor.
Por
algún extraño motivo, decenas de coches estaban estrellándose, uno tras otro,
justo delante de una de las agencias de seguros más importantes de la ciudad.
Rosa
se estremeció de pavor. Pero había algo más que empezó a incomodarla. La forma
en que los coches estaban colisionando le estaba causando una punzante
inquietud que le pellizcaba desde dentro la boca del estómago. ¿Qué loca
carrera les llevaba a acelerar mortalmente sin temor a perder la vida en una
décima de segundo?
Pilar
abrió la puerta. Salieron.
El
dantesco panorama que quedó expuesto antes ellas les hizo abrazarse de
inmediato y la respiración se les complicó sobremanera.
La
calle parecía un desguace y sólo el humo resultante de las colisiones añadía
cierto movimiento a la escena. Varios vehículos se amontonaban ocupando casi la
totalidad de la calzada y la mayoría de ellos dejaban escapar humo y fluidos
que incorporaban a la escena un desagradable olor acre y diabólico.
Un viejo “Peugeot 205” explotó a escasos metros
de las dos mujeres y las llamas lo envolvieron en cuestión de segundos.
De
otros vehículos comenzaron a salir decenas de personas. Era un infierno de
sangre, carne quemada y miembros retorcidos. Los que podían caminar, intentaban
hacerlo sin perder de vista el extremo norte de la calle, con los ojos muy abiertos. Había pánico, o
algo mucho peor, en todos ellos.
Rosa
y Pilar permanecían inmovilizadas por el terror. Había que hacer algo, pero…
¿qué? ¿Por dónde empezaban?
Los
acontecimientos se precipitaron y, de alguna manera, eso ayudó a ambas jóvenes
a tomar una decisión.
Una
furgoneta blanca había quedado empotrada contra un árbol. La puerta del conductor
chirrió al abrirse y, con gran esfuerzo, emergió un fornido sujeto que vestía
un chubasquero con el logo de “Empresas Carmelo Martínez”.
La
parte inferior de su pierna izquierda colgaba medio desprendida del resto de la
extremidad, unida a la rodilla por un colgajo irregular de carne tumefacta. El
sujeto intentó dar un paso hacia adelante. Fue lo último que hizo. Desde atrás
saltaron sobre él un ciclista, una chica con el uniforme del “SUPERSOL” y un
muchacho que llevaba amarradas al hombro como treinta o cuarenta garrafas
vacías de agua de “Los Riscos”, naturaleza embotellada.
-Rosa,
mejor nos vamos para dentro, ¿no?
-¡Cagando
leches! ¡Digo!
Pero
no tuvieron tiempo de reaccionar. Un grupo de jóvenes apareció de la nada y, al
ver la puerta abierta, protegida únicamente por dos chicas asustadas, las
apartaron a empujones e irrumpieron en el local cerrando la puerta tras de sí.
Los cuatro muchachos vestían ropa deportiva y mostraban una expresión de pavor
angustiosa.
Pilar
y Rosa comenzaron a aporrear la puerta desde el exterior, pero los chicos
estaban demasiado asustados. Temblaban como sacudidos por una fuerza
sobrehumana. Se alejaron hacia el interior del local dejando a las dos amigas
en una situación ciertamente comprometida.
Miraron
en derredor.
A
la carnicería causada por el múltiple accidente, se iban sumando poco a poco,
seres cuyo comportamiento extraño difería en gran medida de su aspecto humano y
que mostraban asimismo un apetito voraz por la carne del mismo género.
-Rubia,
-intervino Rosa- de aquí hay que salir escopeteadas.
-De
acuerdo, listilla. Pero ¿donde vamos?
Escrutaron
los dos extremos de la calle. Hacia el norte, un incesante aluvión de bestias
se precipitaba hacia el montón de chatarra. Hacia el sur, camino de la frontera
con Marruecos, una masa de ciudadanos heridos huía desorganizada y enfebrecida,
sin mostrar piedad ni sentimientos hacia los que caían indefensos a su paso.
-¡Mierda!
Los móviles están dentro- precisó Rosa.
-Pues
si no nos movemos, esta manada de hijos de puta nos van a comer hasta el …
-¡Ven!
–interrumpió Rosa echando a correr.
A
unos treinta pasos, la calle se abría perpendicularmente hacia el este en una
suave pendiente que llegaba hasta la playa.
Pilar
arrancó en pos de la morena de rotunda figura.
-¿Dónde
vamos, loca?
-¡A
Piñero!
___ ___ ___
La
tremenda explosión de las cocinas del Club de Tropa Cabo Noval llenó de un
espeso humo negro la atmósfera y el ruido pudo oírse a kilómetros de distancia
pero el cabo primero Berciano ni siquiera pestañeó. Tampoco se volvió para
comprobar si quedaba algo en pie, de su lugar habitual de trabajo después de la
detonación.
Comenzó
a buscar con la mirada su “Vespa” marrón. Ya había comprobado que los teléfonos
móviles habían dejado de funcionar cuando intentó llamar a casa y no consiguió
conexión alguna.
Había
que llegar allí de alguna manera, pero su motocicleta no se encontraba donde la
había dejado por la mañana. Había un par de vehículos estacionados en la acera
opuesta al club, uno con las puertas abiertas, y el otro incendiado.
El
paseo marítimo, un proverbial lugar de esparcimiento y una constante exposición
de vida cada mañana, estaba ahora desierto y vacío.
Se
acercó al vehículo que no estaba en llamas. Era un “Hyundai Elantra” de color
gris metalizado. Por su experiencia en el ejército, Berciano sabía cómo
arrancar un coche practicando un “puente”, esa hábil maniobra en la que un
oportuno contacto en los cables de encendido permitía a cualquiera hacerse con
un automóvil ajeno. En esta ocasión no iba a ser posible. Alguien lo había
intentado antes sin la pericia necesaria y había destrozado los cables.
Había
que pensar en algo y bien rápido. El cabo de caballería Berciano encontraría un
recurso.
¿Caballería?-
pensó.
Comenzó
a caminar en dirección opuesta a la playa.
A
un par de cientos de metros, en unas cuadras pertenecientes a la Sociedad
Hípica Militar, “Black Rayo” devoraba tranquilamente su dosis diaria de
alfalfa.
___ ___ ___
Virginia
se encontraba en lo mejor de la tarde. Estaba de vacaciones y además hoy no había
ido al gimnasio. A través de los cascos de su “MP 4” , la voz desgarrada de Falete demandaba urgentemente un amor sin censuras y
pedía permiso para aferrarse a la cintura de alguien a quien amar libremente
sin misterios ni ataduras. En sus manos, un libro de poemas de Pedro Salinas y
sobre una mesa cuadrada junto al sillón, una bolsa, ya medio vacía, de piquitos
artesanos “Obrador de Antequera”.
Virginia
masticaba un crujiente y sabroso piquito cuando sonó el teléfono. Condenó a Falete a guardar silencio
temporalmente y contestó la llamada.
-Dime,
gordo.
-Virgi
–respondí-, escucha bien lo que te voy a decir.
-Ya
estamos con los misterios.
-¡Virgi,
joder! ¡Escúchame!
-No
te puse la sidra en la lista, pero te tienes que traer por lo menos dos
botellas - insistió mi amante esposa.
De
un tiempo a esta parte la encontraba particularmente guapa. Una dieta baja en
calorías, sesiones diarias de gimnasia y cerveza en dosis controladas, estaban
haciendo maravillas en su anatomía, pero ahora no tenía tiempo de recrearme en
la hermosa visión de sus sinuosas y enloquecedoras curvas, antes bien, estaba
comenzando a sentir urgentes deseos de estrangularla.
-Virginia
Ana– esta vez probé a emplear su nombre completo-, ¿quieres hacer el favor de
prestarme atención un momento?
-¡Veeeenga!
-Estamos
en Piñero y tenemos un problema de puta madre.
-¿Se
han acabado los piquitos?
Las
venas en mis sienes estaban a punto de estallar. Mi tensión arterial debía
estar subiendo a un ritmo de locura.
-Virginia
–traté de explicar- estamos encerrados en la tienda de Diego y en la calle está
pasando algo muy raro. Hay como una especie de zombies comiéndose a la gente.
-¿Qué
te has bebido, Pedro? –preguntó escéptica.
-Virgi-
intenté reponerme-. ¿Tienes el
inalámbrico?
-Si.
-¿Serías
tan amable de asomarte a la terraza, echar un vistazo y contarme qué ves? ¿Por favor? ¿Eh? ¿Chati?
-Voy.
Conté
mentalmente los pasos que separaban la pieza principal de nuestra casa de
un pequeño balcón con vistas a la calle
Mar Chica, de histórica raigambre y jalonada de eucaliptos centenarios.
-Pedro,
qué es lo que quieres que… ¡Aghhhhhhhh!
Oí
el grito. Y mi cuñado. Y Chico. Y Mari. Y Diego Piñero.
Quizá
el desgraciado de la yugular hecha papilla a quien habíamos sentado en el
rincón más próximo a la nevera de los yogures mientras decidíamos que hacer con
su patético cadáver también lo oyera.
De
manera casi imperceptible había empezado a mover su pie derecho.
Muy bueno!!!!!!!!!!
ResponderEliminar¿que es lo que vio la Virgi?
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